El lugar más adecuado para sentir la belleza y espiritualidad que
encierra un icono es una casa de pueblo, construida en piedra y rodeada de paz y
sosiego.
Este es el caso de Monroy, pueblo situado en el corazón de Extremadura y que goza de
la paz y el encanto para
que P. Morgado exponga gran parte de su obra. Para ello ha
rehabilitado un antiguo tinao y ha conservado de él la sencillez y el encanto
que un tipo de construcción como ésta tiene, su techo de madera, su tejado con
teja árabe, la puerta del pajar y los pequeños huecos existentes en las
paredes de piedra. El patio se embellece con los arcos de ladrillo de
puerta y ventana y el pozo abovedado. El gallinero y cochiqueras conservan
algunas de sus anteriores características y han dado lugar
a un porche ideal para el encuentro y recogimiento.
Iconos llenos de policromía, belleza y espiritualidad situados en un marco como el
descrito han dado lugar a reseñas de la obra en la prensa regional, revistas culturales así como en
medios radiofónicos.
Es necesario resaltar que cada una de las obras expuestas ha estado precedida de
momentos de concentración y meditación.
VISITANTE
Pintar
un icono es, además de un trabajo paciente y duro, un rito. Al previo estudio
histórico y la disposición de los materiales hay que añadir una singular
actitud espiritual. La luminosidad espléndida que debe brotar del icono no
puede brillar si antes no lo ha hecho en la mente y en el corazón del pintor.
La
parte material del icono se compone de una serie de manipulaciones cuidosas y
ritualmente realizadas, con un orden preciso cargado de simbolismo. Es una técnica
que vienen repitiendo hasta hoy todos los pintores de iconos.
Desde
el siglo XII los elementos más esenciales son las tablas, las pinturas y los
adornos de metales repujados. La tabla es de madera seca, sin nudos, bien
afinada en el sentido longitudinal de la fibra. A veces, dos tablillas
horizontales de madera más dura, insertadas en su parte posterior, la protegen
de posibles deformaciones. También se puede poner sobre la madera un forro de
tela especial y sobre ésta varias capas de yeso bien lijadas, para conseguir
una superficie perfectamente pulida y totalmente dispuesta para recibir el
dibujo de la imagen
La preparación de las pinturas es otra fase del rito, quizás la más importante.
Consiste en la separación de la yema de huevo para obtener, después de batida,
una emulsión que aglutine los pigmentos pulverizados. Con ello se consiguen
tintas de plena opacidad que permiten al iconógrafo desarrollar en la pintura
las más sutiles tonalidades con las que representar la Divinidad.
Antes de ponerse a pintar es necesario predisponer el espíritu para representar lo
que racionalmente no puede ser representado, para figurar lo sobrehumano por
medio de lo humano y para transmitir a través de los colores lo que el
evangelio nos dice a través de la palabra. Para ello el iconógrafo pide la
intercesión del Divino Hacedor por medio de la oración.